Revisión

Identidad narrativa: aportes a la psicología, a las ciencias sociales y a la educación

Narrative identity: contributions to psychology, social sciences and education

Jenifer Castañeda Montoya
Institución Universitaria de Envigado , Colombia
Diego Alfredo Tamayo Lopera
Institución Universitaria de Envigado, Colombia

Psicoespacios

Institución Universitaria de Envigado, Colombia

ISSN-e: 2145-2276

Periodicidad: Frecuencia continua

vol. 17, núm. 30, 2023

psicoespacios@iue.edu.co

Recepción: 20 Octubre 2022

Aprobación: 11 Abril 2023

Publicación: 21 Abril 2023



DOI: https://doi.org/10.25057/21452776.1490

Autor de correspondencia: jenifer.castanedam@gmail.com

Revista Psicoespacios

Resumen: Las definiciones esencialistas reducen al ser humano a límites mentales, concibiéndolo como un yo solitario y ahistórico. Ricoeur propone la teoría de la identidad narrativa como una alternativa para comprender a partir del lenguaje la historicidad de la identidad, resaltando su dinamismo. Esta revisión busca establecer los aportes de la teoría de la identidad narrativa a la psicología, las ciencias sociales y la educación. En psicología, fundamenta la investigación, la concepción del sí mismo, la psicopatología y la psicoterapia. Aproxima a las ciencias sociales a la relación entre individuo y cultura. Y en el ámbito educativo denota la interrelación entre el individuo y los espacios educativos, además fundamenta la pedagogía.

Palabras clave: ciencias sociales, educación, identidad narrativa, psicología, Ricoeur.

Abstract: Essentialist definitions reduce the human being to mental limits, approaching him as an ahistorical and solitary self. Ricoeur proposes the theory of narrative identity as an alternative that addresses the historicity of identity from language, highlighting its dynamism. This review seeks to establish the contributions of narrative identity theory to psychology, social sciences, and education. In psychology it bases research, the Self, psychopathology and psychotherapy. He brings the social sciences closer to the relationship between the individual and culture. In the educational field, the interrelation between the individual and educational spaces is denoted, as well as the foundation of pedagogy.

Keywords: Education, narrative identity, psychology, Ricoeur, Social sciences.

Introducción

La teoría de la identidad narrativa nació en la filosofía como una alternativa a las teorías esencialistas, con Paul Ricoeur como su principal exponente. Luego se extendió más allá de su campo para permear a la psicología, a las ciencias sociales y a la educación, tal como se expone en la presente revisión bibliográfica de carácter documental que establece los aportes de esta teoría que se retratan en recientes artículos científicos de revista.

La modernidad está cimentada sobre el cogito cartesiano, el cual sostiene que el centro de la experiencia es el yo determinado por una interpretación, exento de otredad, que ocasiona una identidad apoyada meramente en la recolección de hechos (Dastur, 2015). Paul Ricoeur realiza una crítica a los discursos modernos que afirman que la razón es la base del entendimiento humano y, en su lugar, propone el cuestionamiento por el quién y la subjetividad, tomando como eje principal la hermenéutica de sí para realizar un acercamiento a la identidad (Gabriel, 2010; Picos Bovio, 2020). Esta crítica se materializa en la teoría de la identidad narrativa.

Ricoeur plantea dos modelos de identidad definidos por su relación con una temporalidad: el primero, denominado identidad-ídem, corresponde al carácter como forma de permanencia, mientras el segundo es la identidad-ipse como una promesa de un mantenimiento del sí mismo, siendo la identidad narrativa lo que les da unidad a estas dos dimensiones (Blanco Illari, 2011; Kosinski, 2016). Es decir, la narración media entre las características sedimentadas del sujeto y su estar en el mundo, lo cual las impulsa a estar en continua renovación.

La teoría de la identidad narrativa logra otorgarle lugar al cuerpo desde la identidad-ídem, y la otredad desde la identidad-ipse en una construcción discursiva entre lo concordante y lo discordante, lo que la hace especialmente relevante en el contexto posmoderno en el que se busca comprender al ser como acontecimiento inserto en una realidad relacional (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010). Es decir, la identidad narrativa se ubica en un panorama posmoderno que transiciona la identidad desde el ser-estructura al ser-evento, recuperando la pregunta por el quién (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010; Blanco Illari, 2011).

Por lo tanto, la teoría de la identidad narrativa es una opción capaz de nutrir diversas áreas de conocimiento porque permite introducir los factores relacionales, históricos y discursivos del ser humano.

La teoría de la identidad narrativa tiene un lugar privilegiado en el estudio de la subjetividad dentro de un contexto, integrando la diversidad de variables que configuran la identidad tanto individual como colectiva, brindando un abordaje holístico, integral y dinámico en el contexto posmoderno, caracterizado por la inestabilidad de la identidad (Bermejo, 2012; Ojeda-Lopeda, 2013; Sevilla Vallejo, 2019).

Partiendo de la comprensión de la teoría de la identidad narrativa desde la filosofía, es relevante cuestionarse cuáles son sus aportes a diversos ámbitos de estudio, iniciando por la psicología y su manera de comprender la identidad personal, continuando por su influencia en la comprensión de los discursos socioculturales y, por último, en las reflexiones respecto a la educación.

Metodología

La presente investigación es monográfica de revisión bibliográfica y documental, ubicada en el paradigma cualitativo de tipo hermenéutico comprensivo con un alcance descriptivo.

La población está compuesta por los artículos de revista indexados, publicados desde 2010 hasta 2020, sobre la teoría de la identidad narrativa, de los que se extrajo una muestra de 59 artículos en español indexados en revistas iberoamericanas, siendo los descriptores definidos por los objetivos de investigación los siguientes: “identidad narrativa”, “Paul Ricoeur”, “identidad narrativa y cultura”, “identidad narrativa y psicología”, “identidad narrativa y educación”. Se excluyeron los artículos en formato no digital, aquellos que no estuvieron incluidos en alguna revista científica y trabajos de grado.

Partiendo de la teoría de la identidad narrativa como eje de interés, la población documental fue sometida a un análisis inclinado a la identificación, sinterización e integración de la contribución a las categorías emergentes: filosofía, psicología, ciencias sociales y educación.

La información se recolectó en las siguientes bases de datos de acuerdo con los descriptores anteriormente mencionados: Ebscohost, Jstor, Dialnet, Scielo, Redalyc, Google Académico y Redib.

Resultados

El rastreo bibliográfico da cuenta de 59 artículos, siendo los años 2013, 2015 y 2019 en los que se detectó la mayor cantidad de publicaciones, 8 por cada uno, que representan un total del 41 % de la muestra total. Por otro lado, en 2010, 2011 y 2020 se publicaron 6 artículos cada uno, representando en conjunto el 30 % de la muestra total. En 2012, 2016 y 2017 se publicaron 4 artículos en cada uno, en conjunto el 21 % de la muestra total. En el año 2014 se publicaron 3 artículos que aportan un 5 % y, por último, el 2018 fue el año en que se publicaron la menor cantidad de artículos, 2, que contribuyen al último 3 %.

En cuanto a la clasificación por países, se encuentra que Argentina, Colombia y México poseen una mayor cantidad de artículos respecto al resto, con una cantidad de 15, 12 y 11 publicaciones respectivamente, que constituyen el total del 64 % de la muestra total. Por otro lado, Chile aporta 7 publicaciones (12 %), España 6 (10 %) y Uruguay y Venezuela 2 cada uno, sumando en conjunto 6 %. Por último, Cuba, Brasil, Perú y Ecuador aportaron una publicación cada uno, suman do el 8 % restante.

Se detectó un total de 69 autores: 37 hombres (54 %) y 32 mujeres (46 %).

Respecto a la clasificación de los artículos, se encontró que la moda son los de revisión, que aportan 20 artículos y representan el 34 % de la muestra total. Los artículos de reflexión suman 14 y representan el 24 % de la totalidad de bibliografía recolectada. Aquellos con un enfoque empírico aportaron 12 y representan 20 % al presente estudio. Por otro lado, los ensayos representan el 12 % de la muestra, con 7 artículos. Las bitácoras de congresos aportan 4 artículos y representan el 7 %. Por último, se encuentran 2 estudios del estado del arte que representan el 3 % de la muestra total.

Si bien gran parte de los artículos implementados han aportado a más de un capítulo, se puede establecer que sus aportes predominan en uno en específico. 20 artículos aluden a la identidad narrativa en la psicología, lo que constituye el 34 % de la bibliografía recolectada. A identidad narrativa en la filosofía se aportaron 19 artículos que representan el 32 % de la muestra total. El 27 % corresponde a los 16 artículos destinados a identidad narrativa: un acercamiento hacía los discursos socioculturales. Por último, 4 artículos fueron proveedores a la construcción de identidad narrativa y la educación, siendo el 7 % de la muestra total.

En cuanto al total de artículos usados en cada ítem de estudio, en identidad narrativa en la filosofía e identidad narrativa en la psicología se implementaron 25 artículos en cada uno, en identidad narrativa: un acercamiento hacía los discursos socioculturales se emplearon 20 artículos y en identidad narrativa y la educación se emplearon el total de 9 artículos.

Reflexión filosófica en torno a la identidad narrativa

Conceptualización de la identidad narrativa

Identidad narrativa para Paul Ricoeur

La teoría de la identidad narrativa es entendida por Paul Ricoeur (1996) como la polaridad que involucra a la identidad narrativa como constitutiva de la identidad personal, siendo esta la mediadora entre el polo del carácter en el que suelen coincidir las orientaciones ídem e ipse y el polo del mantenimiento de sí que presenta la liberación de la ipseidad de la mismidad. Es decir, la identidad narrativa de Ricoeur es la teoría que aborda a la identidad personal como una mediación narrativa entre la coherencia del sí mismo y la apertura a la transformación mediante el encuentro con el mundo.

El carácter es el conjunto de disposiciones e identificaciones duraderas adquiridas irreflexivamente por la acción de la costumbre (Quiceno Osorio, 2019). Hace parte de la dimensión de la mismidad que hace alusión a lo inmutable y, a su vez, a lo que experimenta la contradicción del cambio corporal y mental por estar inmersa en un proceso dinámico y dialectico en relación con la alteridad y la ipseidad (De Castro, 2011; Blanco Illari, 2011; Quiceno Osorio, 2019; Peidro, 2019; Picos Bovio, 2020).

La memoria pertenece a este terreno y es un punto central importante en la ciencia empírica, así como en gran parte de la psicología que comprendía a la identidad desde un punto de vista biológico; sin embargo, cuando la memoria se ve enmarcada en la perspectiva de la identidad narrativa esta se torna parte del reconocimiento de sí (De Castro, 2011; Blanco Illari, 2011; Quiceno Osorio, 2019; Peidro, 2019; Picos Bovio, 2020).

La mismidad es transformada con su encuentro con el otro en el campo de la alteridad, estableciendo el movimiento en lo sedimentado. La alteridad es donde ocurre el distanciamiento con la mismidad y el encuentro con la otredad, implicando una identificación que amplía las referencias personales y las renueva en el proceso de interiorización (Blanco Illari, 2011; De Castro, 2011; Peidro, 2019).

La introducción de la mismidad en el marco temporal implica la relación con la ipseidad. Para Ricoeur la ipseidad tiene propiedades cualitativas y apunta a lo psicológico, a lo variable de la persona vista como un proyecto sensible a cuestiones contextuales (López Ladino, 2016; Salcedo, 2016; Peidro, 2019; Quiceno Osorio, 2019).

La identidad narrativa opera bajo la triple mimesis debido a que la persona se desempeña como lector y personaje a la vez (López Ladino, 2016). La mimesis I corresponde a la interpretación dada al mundo de la vida y a la composición de la trama dada; la mimesis II alude al mundo de lo posible que permite observar como la trama es ordenada por la praxis y su conexión con la literatura o el contexto; y, por último, la mimesis III apunta a la refiguración de sí y al saber practico (López Ladino, 2016).

Todos estos elementos adquieren sentido gracias al lenguaje que funciona como base para los relatos, entendidos como hechos narrativos. El relato es la articulación de la mismidad y la ipseidad, un hecho narrativo que condensa la experiencia en un todo inteligible dentro de una dimensión temporal (Salcedo, 2016).

Recapitulando, la identidad narrativa realiza una síntesis temporal en relación con la dimensión ídem y la dimensión ipse, siendo esta primera dimensión constituida por el carácter como aquello sedimentado en el tiempo que, al entrar en contacto con la alteridad, se renueva y adquiere intersubjetividad, introduciendo la ipseidad y con ella la discordancia y la apertura al mundo (Blanco Illari, 2011; De Castro, 2011; Dastur, 2015; López Ladino, 2016; Salcedo, 2016; Peidro, 2019;Quiceno Osorio, 2019). Es decir, la identidadnarrativa es la dialéctica entre la ipseidad ymismidad, conformada por relatos que sintetizandinámicamente la experiencia humana.

Referentes filosóficos del concepto de identidad narrativa

Para comprender la concepción de la teoría de la identidad narrativa de Paul Ricoeur conviene revisar algunos de los autores que se convirtieron en referentes para el filósofo francés.

Uno de los autores que más ha influenciado en la teoría de la identidad narrativa es Aristóteles, puesto que hizo una introducción al entendimiento de la identidad personal, proponiendo una hipótesis libre del dilema de la permanencia en el tiempo, al incluir los cambios en un organismo que sufre el devenir temporal (Echarte Alonso & De Erquiaga, 2019). La Metafísica de Aristóteles es la base sobre la cual Ricoeur cimentó la definición del sí mismo como un concepto amplio no reducible a la sustancia y es la obra de la cual recuperó las nociones de acto y potencia (Trujillo Trujillo, 2013).

Santo Tomas de Aquino concuerda con los postulados aristotélicos, a la par que expone a la memoria como posibilitadora del reconocimiento de sí (Quiceno Osorio, 2019).

Ricoeur es heredero de la tradición hermenéutica hegeliana y retoma nociones como circulo narrativo, reflexividad y voluntad para exponer al pueblo como determinante en la construcción y el conocimiento de sí mismo (González, 2011; Begoña, 2018). Begoña (2018) afirma que los inicios de la tradición hermenéutica se encuentran en el romanticismo alemán del siglo xix, cuando resaltan Schleiermacher y, en especial, Dilthey.Por su parte, Lorenzo (2013) concibe a Dilthey como un antecedente importante para la teoría de la identidad narrativa de Paul Ricoeur, porque teoriza sobre cómo se concreta la identidad personal a través de la autobiografía y la intersubjetividad.

William James, dicen Echarte Alonso y De Erquiaga (2019), expande los límites del yo para incluir la interacción con el mundo como parte de la construcción del ser. Por otro lado, Ricoeur retoma de Husserl elementos tales como el yo no sustancial, la intencionalidad de la conciencia y el horizonte indeterminado de sentido (Dastur, 2015; Figueroa Lackington, 2015; Iglesias, 2015; Ascárate Coronel, 2017; Echarte Alonso & De Erquiaga, 2019).

Por otro lado, Husserl propone la teoría de un yo no sustancial con capacidad de realizar una síntesis temporal y dar cuenta de una intersubjetividad, al recalcar que el ser con los otros es inseparable del ser viviente y es fundamental para comprender los tiempos del yo (Dastur, 2015; Echarte Alonso & De Erquiaga, 2019). Una de las condiciones necesarias para la existencia de la teoría de la identidad narrativa desde Ricoeur es la intencionalidad Husserliana, vista como la tendencia a relacionarse con el mundo a manera de experiencia constitutiva (Iglesias, 2015). Paul Ricoeur se inspira en Husserl para introducir dos elementos de la vida intencional de la conciencia, siendo el primer elemento referente a la dimensión potencial denominada como horizonte indeterminado de sentido y, por otro lado, introduce la dimensión temporal de toda vivencia como algo inherente de la actividad sintética de la conciencia (Figueroa Lackington, 2015). Ascárate Coronel (2017) expone que el concepto de voluntad es un punto de encuentro entre la teoría de la identidad narrativa de Ricoeur y Husserl, que enmarca la comprensión fenomenológica en relación con la identidad humana

Ricoeur, para Echarte Alonso y De Erquiaga (2019), retoma a Heidegger como una de sus más grandes referencias al tener en cuenta el devenir temporal y la conciencia como algo inherente al ser humano, lo cual sedimenta la noción de ipseidad.

Hannah Arendt propone entender al hombre como un ser plural y político que se construye mediante los juicios constatados en el espacio público, permitiendo que se adquiera un tiempo biográfico como principio narrativo de la identidad, lo que es retomado por Paul Ricoeur para formular la teoría de la identidad narrativa (Urabayen, 2013; Oviedo-Córdoba & Quintero-Mejía, 2014; Santangelo, 2020).

Picos Bovio (2020) afirma que la literatura moderna es una de las principales influencias para Paul Ricoeur porque el filósofo francés realiza un paralelo entre el relato, la hermenéutica y la identidad personal. Ricoeur es influido por la literatura moderna en tanto que identifica su potencial como hermenéutico, interpretativo y trasgresor de la condición humana.

En conclusión, la teoría de la identidad narrativa formulada por Paul Ricoeur retoma planteamientos tales como la continuidad y el devenir temporal, la pluralidad, la intersubjetividad, la hermenéutica y la construcción de la identidad personal. Los autores mencionados son la antesala de un abordaje de la identidad personal desde la continuidad temporal del viviente en una perspectiva relacional e histórica sin perder de vista la individualidad.

Identidad narrativa en autores contemporáneos a Paul Ricoeur

Hay un gran número de autores que coinciden con los planteamientos de Paul Ricoeur, como es el caso de Gadamer que asigna a la hermenéutica la capacidad de trascender la disposición formal del texto denominado por ambos como la cosa del texto. Gadamer consideraba que la relación entre el yo y el tú es inevitable, haciendo que emerja la intersubjetividad (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010; González, 2011). El yo y el tú son una diada inmersa en una relación necesaria para la comprensión subjetiva. La interacción con el otro es un asunto hermenéutico, en tanto se ve mediada por la interpretación que se da gracias al diálogo (Viveros, 2019).

Merleau-Ponty es un filósofo que concuerda con Ricoeur al afirmar que la temporalidad, el esquematismo, la historia y la palabra en estado naciente son elementos que posibilitan los procesos constitutivos de la identidad establecidos en un doble movimiento de sedimentación e innovación de lo vivido, implicando que la identidad se configura como identidad del agente narrativo (Freydell Montoya, 2019). No obstante, sus bases ontológicas difieren ya que Merleau-Ponty entiende que el cuerpo ocupa un lugar central en el acercamiento y la significación del mundo, implicando la constitución de una historicidad, siendo la identidad una vida encarnada que converge en una síntesis corporal con la experiencia, la historicidad y el texto (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010).

Según afirman Echarte Alonso y De Erquiaga (2019), MacIntyre es uno de los primeros y más conocidos defensores de la hipótesis de la identidad narrativa, por publicar sus estudios al respecto a inicios de los años ochenta en donde exploraba la experimentación de la vida de forma narrativa partiendo de la teleología como una de las características principales del yo, lo cual consiste en que cada historia posee un direccionamiento hacia un fin que ilumina el trayecto y lo resignifica, integrando así el pasado y el futuro en la vivencia del presente y siendo intrínseca la razón que introduce el anhelo a la armonía como posibilitador de movimiento.

El filósofo canadiense Charles Taylor, poseedor de una visión integradora posicionada desde una antropología hermenéutica y narrativa de la identidad, sostiene que la interpretación es inseparable de la experiencia, ya que el ser humano les atribuye a los objetos características partiendo de su sensibilidad en un acto hermenéutico, condición que posibilita la valoración del bien y de las identificaciones que definen las elecciones enmarcadas en la libertad, en la coexistencia con la comunidad, generando así marcos de referencias (Zergers Prado, 2013). Todo lo anterior adquiere un sentido desde la narrativa en un despliegue temporal, por lo que el sujeto parte de una identidad narrativa que da cuenta de un hombre que se entiende a sí mismo, se encuentra en permanente cambio y está abierto hacia el futuro (Zergers Prado, 2013).

Mendívil (2016) expone algunos paralelismos entre las intuiciones del filósofo español José Ortega y Gasset y el filósofo francés Paul Ricoeur en términos de nociones narrativas. Este autor afirma que Ortega y Gasset define al hombre como res dramática cuya vida implica la coexistencia con el mundo y cuya realidad es externa y preexistente. Desde esta perspectiva, el hombre es incompleto y tiende a ser y se autofabrica desde una razón histórica que consiste en narrar para entender las realidades humanas que suceden en función de una vida acontecida como un drama (Mendívil, 2016).

Lévinas expresa algunos de los planteamientos de Paul Ricoeur cuando afirma que el yo es el origen de la identidad y la identificación por excelencia, ya que este se construye mediante la identificación previa de características para después reencontrarse siendo el mismo y sin dejar de ser el mismo durante el proceso, definiéndose como una ipseidad más que por la permanencia de cualidades inalterables (Picos Bovio, 2020).

La teoría de la identidad narrativa como una nueva forma de comprender la subjetividad

La identidad personal ha sido estudiada desde dos metaenfoques: el descriptivo y el prescriptivo (Blanco Illari, 2011). En el enfoque prescriptivo se encuentran las teorías no reduccionistas y reduccionistas, siendo estas últimas las que consideran que la identidad es un dato cuantitativo con acontecimientos objetivos como núcleo, mientras que en las no reduccionistas se ubican las teorías de corriente ingenua que alberga el pensamiento cartesiano, el cual expone un núcleo subjetivo desde la perspectiva de una tercera persona. Por último, se encuentra la corriente no ingenua que es establecida por los defensores de la identidad narrativa partiendo de una crítica a las teorías reduccionistas porque afirman que estas abordan a la identidad personal en términos de posesión, lo que lleva su concepción a un campo abstracto, impráctico, pasivo e impersonal (Blanco Illari, 2011).

La corriente empírica pertenece a las teorías reduccionistas porque comprenden al yo desde actos intelectuales prerreflexivos que dan cuenta de la conciencia limitada por impresiones del exterior que construyen al yo con base en asociaciones de experiencias (Echarte Alonso & De Erquiaga, 2019).

La teoría de la identidad narrativa significó un cambio paradigmático respecto a las teorías reduccionistas y cartesianas ya que brindó un giro ontológico en el entendimiento de la subjetividad, porque, tal como afirman Blanco Illari (2011) y Dastur (2015), logró expandir las concepciones reduccionistas y cartesianas que definen al ser humano como un dato ahistórico, pasivo y solitario. Es importante resaltar a Descartes como heredero de la perspectiva cristiana que encierra al ser humano en su propia interioridad, haciendo que su influencia se refleje en un yo o sujeto del cual se sobrevalora la experiencia interior, se inclina a la preservación y desrealiza al mundo exterior, dando cuenta de una atemporalidad del yo y un ego solitario, otorgándole paso al solipsismo y a una catástrofe ontológica (Dastur, 2015).

En síntesis, las teorías de corte reduccionista y cartesiano no abordan la amplitud de la experiencia humana porque ignoran las dimensiones hermenéuticas, intersubjetivas y temporales. La teoría de la identidad narrativa critica a las teorías cartesianas y ubica al ser humano como un ente activo que construye su subjetividad a través de los eventos narrativos en un contacto intersubjetivo e interpretativo que tiene lugar en un plano temporal y con estructura narrativa (Picos Bovio, 2020).

En conclusión, Ricoeur critica a las teorías cartesianas que resultan incompletas para la comprensión del ser humano. Como alternativa, el filósofo francés propone la teoría de la identidad narrativa concebida como una síntesis entre la mismidad y la ipseidad mediada en el lenguaje dentro de un contexto temporal. Esta teoría representó un giro ontológico que buscaba retornar a la pregunta por el quién. Para el desarrollo de dicha teoría se ha hecho una breve revisión de autores que han sedimentado el camino para su concepción, a la vez que se realiza un corto reconocimiento del pensamiento de algunos autores que concuerdan en algunos aspectos con dicha teoría.

Identidad narrativa en psicología

Identidad narrativa como una perspectiva para investigar la subjetividad

En los últimos años se han desarrollado enfoques narrativos de las ciencias sociales que tienen como sus referentes teóricos el análisis narrativo y el concepto de la identidad narrativa, todo enmarcado en modelos constructivistas y construccionistas sociales (Capella, 2013).

La epistemología constructivista se caracteriza por partir de una premisa fundamental: la construcción de la realidad desde la subjetividad y la intersubjetividad. En esta perspectiva confluyen los enfoques narrativos que estudian la organización de significados, de manera que se aborda la realidad partiendo de relatos estructurados en el lenguaje (Capella, 2013).

En psicología, la perspectiva narrativa es el punto medio ubicado entre la perspectiva realista que sostiene a un sí mismo preexistente a la interacción con lo externo y a las perspectivas constructivistas sociales que afirman que el sí mismo está condicionado por el lenguaje y el contexto sociocultural (Capella, 2013). Esto se debe a que las perspectivas narrativas ubican al lenguaje como núcleo que media entre la estructuración del sí mismo, la interpretación de la experiencia y la expresión de la subjetividad individual.

Por lo tanto, el interés en las narrativas surge por su rol privilegiado en la comprensión de las vivencias personales desde su subjetivad, rescatando la dimensión emotiva de la experiencia humana a través de sus técnicas investigativas asociadas (Moreno Díaz & Soto González, 2017).

Los estudios sobre la identidad narrativa se pueden clasificar en cuatro orientaciones: las que poseen carácter psicologista que buscan comprender la identidad personal, las que tienden al enfoque filosófico hermenéutico que abordan al ser desde su dimensión lingüística comunicativa, aquellos orientados hacia las ciencias sociales interesadas en relacionar el lenguaje y la memoria para entender la identidad y, finalmente, está aquella orientación que se guía por los presupuestos de la filosofía política, se ubican los aportes de Arendt y su noción de pluralidad (Oviedo-Córdoba & Quintero-Mejía, 2014).

Los modelos narrativos y la epistemología constructivista comparten a la construcción de la realidad como punto central y al lenguaje como su eje principal (Capella, 2013). Capella (2013) cita a Bruner (1991, 1994, 2004) para afirmar que las experiencias se registran y ordenan a través de la narración, siendo esta la unidad fundamental de análisis que puede desempeñarse como método y fenómeno de estudio a la vez.

Los estudios narrativos, además de ser una perspectiva epistemológica, ofrecen una metodología cualitativa con interés en examinar los relatos referentes a las experiencias personales tomados como performance de su narrador, porque están sujetas al tiempo de manera que son insertadas en un momento particular y poseen efectos sobre la memoria y proyección, metodología nutrida desde diversas escuelas y movimientos de pensamiento que le brindan pluralidad a su abordaje (Capella, 2013; Ramírez Pavelic & Contreras Salinas, 2016).

El análisis narrativo es un método evaluativo e interventivo que puede ser usado por la psicología clínica de corte posracionalista y constructivista porque acorta la distancia con la cotidianidad, otorgando practicidad y resultados significativos (Capella, 2013). Particularmente en el ámbito clínico aporta elementos tales como la elaboración de autobiografías y relatos de vida que favorecen el pensarse a sí mismo, significar y dar sentido a la experiencia (Capella, 2013). Por lo tanto, el análisis narrativo es tanto un método investigativo como interventivo.

En el análisis narrativo, según Capella (2013), el investigador toma una narrativa construida en su respectivo contexto específico para alcanzar una compenetración en el texto y entender la complejidad de significados. Dicho análisis se puede dividir en tres; en primer lugar, en el análisis temático dirigido al contenido y el significado de la narrativa enmarcada en un todo; en segundo lugar, en el análisis estructural que parte de la lingüística para estudiar la forma de la narración; y, por último, en el análisis dialógico-performativo que involucra al investigador, al escenario y al contexto como actores activos del discurso. Estos enfoques de análisis pueden ser complementarios para favorecer una mayor riqueza de los estudios (Capella, 2013).

El texto autobiográfico es otra alternativa que funciona como método investigativo y configurativo del relato, puesto que permite el reconocimiento y la construcción del narrador debido a que considera como eje central la comprensión de la cotidianidad del sujeto (Cortés Torres, 2018).

La teoría de la identidad narrativa sustenta estudios a escalas amplias, tal como lo demuestra Sola Morales (2015) en su estudio “La construcción de la identidad narrativa a través de las «historias de vida mediáticas».

Un análisis generacional”. En este artículo se describe el uso de historias de vida como una metodología cualitativa útil para la fase inicial de la formulación de hipótesis, así como para comprender diferentes variables o el entrecruzamiento de datos que sirven para matizar y enriquecer propuestas, teorías, momentos históricos y fenómenos culturales (Sola Morales, 2015). Los presupuestos individuales son implementados para el estudio generacional partiendo desde la relación entre los medios de comunicación masiva con la identidad narrativa de los individuos estudiados, permitiendo abordar la particularidad de los sujetos, así como encontrar patrones (Sola Morales, 2015).

La principal limitación de los enfoques narrativos es que conllevan resultados provisionales debido a que las narrativas analizan una historia y no la historia en sí misma, es decir, la significación de eventos vitales es contextual, cambiante, difícilmente generalizable y asume que el investigador no es neutral (Capella, 2013). La teoría de la identidad fundamenta procedimientos investigativos que poseen como principal limitación y virtud el enfoque individual y episódico.

Si bien la teoría de la identidad narrativa no es un método investigativo, sí fundamenta diversas metodologías que estudian la subjetividad humana con la ventaja de acortar la distancia entre la técnica y el mundo interno de las personas, abordando variables psicológicas, sociales y biológicas. Sin embargo, se reconoce que las investigaciones se ven delimitadas dentro del paradigma cualitativo. La investigación de sí mismo está definida dentro del paradigma cualitativo de segundo orden debido a que reconoce a la subjetividad como una construcción dada desde la contextualización y la historicidad (Lizcano Roa, 2013). Llama la atención el carácter provisional y no generalizable de los productos investigativos.

Identidad narrativa y el sí mismo: una forma de entender la subjetividad

La psicología fija su atención en la teoría de la identidad narrativa para aproximarse a la identidad personal usando el concepto de sí mismo que la comprende desde la configuración y la reconfiguración de la trama narrativa, abordándola desde una perspectiva no empirista, constructivista y posmoderna (Lacub, 2010; Romano, 2013).

Las dinámicas psicológicas están a merced de gran multiplicidad de variables, muchas de ellas basadas en referencias temporales y contextuales que inciden en la identidad, por lo tanto, la salud psicológica es influida por factores sociales y biológicos, lo que hace necesarias teorías como la de la identidad narrativa que enfatiza en el potencial configurativo de las experiencias mediante la integración y producción de sentido, vinculando al sujeto con los otros (Lacub, 2010).

La identidad integra los elementos biológicos, psicológicos y sociales en una dimensión practica que enfatiza en el presente como categoría de análisis en la que se incorpora la experiencia desde el marco de la significación (Lacub, 2010). Por ello, la teoría de la identidad narrativa es una perspectiva útil para aproximarse al problema de la identidad y abordar las maneras como el sujeto se representa a sí mismo, entendiéndolo como lector y escritor de su identidad mediante una narrativa que sintetiza temporalmente lo concordante y lo discordante, lo histórico y lo ficticio (Lacub, 2010; Sáinz Luna, 2014; Moreno Díaz & Soto González, 2017; Cortés Torres, 2018). La teoría de la identidad narrativa representa la configuración del sí mismo y propone comprenderla como la interrelación de elementos inmersos en una dinámica constante con estructura coherente y cambiante, superando el paradigma del núcleo sustancial (Alvis et al., 2013; Rovaletti, 2017).

La construcción de la identidad personal implica la individualización y referenciación del mundo, trayendo consigo una manera de verlo y sentirse en él. La identidad se piensa en torno al lenguaje porque es la modalidad de ser en el mundo, una manera de expresión del sí mismo y de la capacidad de representación al brindar acceso a la experiencia, sin que ello implique la limitación de esta (Romano, 2013; Sáinz Luna, 2014; Cortés Torres, 2018). Mediante el lenguaje se construyen los relatos no solo de acontecimientos y actores, sino también de sistemas de valores (Romano, 2012; Sáinz Luna, 2014; Cortés Torres, 2018).

De la teoría de la identidad narrativa de Paul Ricoeur se desprende el concepto de sí mismo, el cual se configura como narrativa y se presenta como trama subjetiva que realiza una síntesis de las experiencias, elabora previsiones del futuro y ejerce el acto de nombrarse y explicarse mediante una historia dinámica y singular construida como demanda personal a través de las interacciones sociales (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010; Alvis et al., 2013; Ojeda-Lopeda, 2013; Sáinz Luna, 2014; Moreno Díaz & Soto González, 2017; Rovaletti, 2017).

El sí mismo es creado desde la narrativa que articula la experiencia vivida y la experiencia narrada en las dimensiones contextuales, interaccionales, racionales y reflexivas en un proceso configurativo de la subjetividad, el significado y el sentido del texto en un acto conversacional ubicado en un marco temporal que permite un acercamiento a la subjetividad compleja, holística e integral (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012; Sáinz Luna, 2014; Seco-Lozano et al., 2019). En este sentido, la subjetividad está en continua relación con el mundo, de modo que cada individualidad se posiciona dinámicamente en el mundo dentro de un panorama interpretativo.

Bruner (2004), según Moreno Díaz y Soto González (2017), clasifica las construcciones identitarias en la mente con modalidad pragmática, correspondiente a la categorización y conceptualización, y en la mente con modalidad narrativa, en la que se ubican las vicisitudes de las intenciones humanas ordenadas en una trama narrativa. Según Ojeda-Lopeda (2013), Bruner y Ricoeur pro ponen caracterizar la identidad como identidad agentiva y no agentiva, entendiendo que los sujetos con tendencias de poseer una identidad agentiva suelen hacer referencia a las acciones de las cuales son responsables, en cambio los sujetos con identidad no agentiva se asumen como no participantes de los acontecimientos y sienten que son sometidos en contra de su propio deseo, percibiendo las situaciones como impersonales.

Najmanovich y Munné establecen una relación entre la identidad, el self individual y el social que constituye la mismidad (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012). Estos autores proponen estudiar al ser humano desde el paradigma de lo complejo y hablar así de un sujeto entendido como una unidad heterogénea, abierta y cambiante que surge de la interacción y de la trama relacional de su sociedad, lo cual conlleva cambios paradigmáticos respecto a las teorías que entienden a la identidad del sujeto como un núcleo fijo, siendo estas incompatibles con las nociones posmodernas que renuncian a pensar en el ser estructura para considerar al ser-evento en donde la unidad de la identidad gira alrededor del acontecimiento (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010; Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012). Por ello, es posible abordar el problema identitario desde la psicología social construccionista para afirmar que la identidad se configura cuando la dimensión narrativa entra en contacto con la dimensión discursiva social y la convierte en trama personal (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010). En todo este proceso, el cuerpo ejerce un papel fundamental en lo identitario al ser una construcción que surge de la historia de relaciones subjetivas, estableciendo un vínculo con el mundo (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010).

Identidad narrativa y psicopatología

La psicopatología entendida desde la noción de sí mismo está vinculada con la ipseidad, la apertura al mundo y el carácter temporal, es decir, la búsqueda de la coherencia (Dastur, 2015). La identidad narrativa se encuentra en permanente riesgo de dislocación porque el mantenimiento de sí es vulnerable ante los acontecimientos contingentes que dificultan la heterogeneidad del relato, implicando la posibilidad del desarrollo de las patologías mentales vividas como rupturas del relato, perdida de contacto de la alteridad y de la renovación mediante la ipseidad (Dastur, 2015).

Desde esta perspectiva, la psicopatología es la incapacidad de integrar la experiencia en una síntesis coherente, generando un trauma que altera el encuentro con la ipseidad (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012; Dastur, 2015). Es decir, el trauma es entendido como la imposibilidad de renovación del sí mismo.

Las contingencias pueden ser experimentadas como vivencias traumáticas que implican el surgimiento de una narrativa también traumática en la cual, por ende, el sí mismo se torna traumático e invalida las posibilidades del self, es decir, se presenta una desconexión entre la dimensión de la mismidad y la ipseidad por lo que la identidad estará marcada por una discordancia traumática (Alvis et al., 2013; Rovaletti, 2017).

La identidad personal puede inclinarse hacia la regresión, implicando la limitación del sujeto para establecer vínculos, lo que puede ser influido por una débil presencia de redes de apoyo significativas, una poca habilidad para relacionarse por parte del sujeto y una gran dificultad para articular en su narrativa un suceso vital a su relato de manera coherente y continua (Alvis et al., 2013).

La experiencia personal se torna problemática cuando los relatos propios y alternos son contradictorios, ignoran el abanico de condiciones subjetivas y afirman un discurso cultural unitario como relatos dominantes que promueven la reducción de las personas a códigos sociales, implicando un cierre del relato y cristalizando la experiencia temporal (Alvis et al., 2013).

La patología vista desde la teoría de la identidad narrativa se vivencia como una perturbación de la síntesis entre la mismidad, la ipseidad y la renovación de los relatos, estando sus perturbaciones más agudas relacionadas con una profunda alteración del contacto con la ipseidad (Dastur, 2015).

También están aquellas alteraciones patológicas que vienen ligadas al contacto con la mismidad. Estas patologías se relacionan con la carencia de principios de unificación y de identificación social, por lo que el individuo está indefenso ante el encuentro de los acontecimientos contingentes y el terror que este implica, llegando incluso a reducirse el sujeto a la calidad de cosa en algunos casos (Dastur, 2015).

A modo de ejemplo, podemos comprender a la depresión melancólica desde la teoría de la identidad narrativa. Esta patología se caracteriza por la vivencia constante de la contingencia, de la experiencia cíclica mantenida para evitar la disolución del sí mismo, circunstancia que obstaculiza su renovación ya que se interfiere el encuentro con la alteridad y se pierde el contacto con la ipseidad, lo cual se vivencia como una deshumanización del cuerpo, que deja de ser un resonador emocional de la experiencia; por lo que la persona experimenta una desconexión temporal respecto al otro, de modo que su narrativa es cada vez más desposeída e impersonal, pues vive al otro a través de la culpa, una autoafirmación que parte de la mirada de reproche ofrecida por el otro que no puede ser integrada y resignificada (Martínez Lucena, 2013; Dastur, 2015).

La melancolía en este caso se entiende como un repliegue estratégico del sujeto ante la insoportable amenaza de la imprevisibilidad del futuro, lo cual genera una rotunda negación de la contingencia, perturba su ipseidad e imposibilita una configuración narrativa haciendo que el individuo se vea limitado en el mantenimiento obsesivo y monótono de su cotidianidad y percepción, y reafirmando así su identidad (Dastur, 2015).

El cuerpo cumple un rol fundamental en el proceso identitario porque allí convergen la multiplicidad de relaciones subjetivas (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010). Por lo tanto, el cuerpo visto desde la perspectiva de la identidad narrativa abre la posibilidad de explicación para las problemáticas relacionadas con la vejez y los trastornos de la conducta alimentaria.

La perspectiva corporal y narrativa expone la problemática vivenciada por la persona mayor respecto al reconocimiento personal, pues en el cuerpo convergen los cambios biológicos y estéticos, el síndrome del nido vacío y las concepciones sociales negativas en relación con la vejez que lo empujan a la marginación (Lacub, 2010). Estos factores, según Lacub (2010), confluyen de manera que amenazan a la coherencia narrativa de la identidad personal al introducir una contradicción difícilmente conciliable.

Los trastornos de la conducta alimentaria y sus vivencias corporales son abordables desde la teoría de la identidad narrativa. Bedoya Hernández y Marín Cortés (2010) afirman que las mujeres con este diagnóstico son influenciadas por la exigencia cultural del cuerpo ideal y ceden la evaluación del propio cuerpo a los juicios ajenos, pues este es un lugar privilegiado en la relación con el otro, es decir, con su alteridad. Estas mujeres adquieren una distorsión de la percepción en la vivencia subjetiva de su imagen corporal debido a que encuentra incongruencias con su autoimagen y la percepción del ojo del otro (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010). De la relación del cuerpo y la otredad surge una vivencia subjetiva y emocional en la que se experimentan fluctuaciones del estado del ánimo, de emociones como la tristeza profunda, la depresión y la rabia entremezcladas con la festividad, la euforia y el optimismo (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010). Por lo tanto, la identidad subjetiva, la alteridad y la vivencia emocional son los tres vértices que ordenan la vivencia corporal (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010).

El consumo de sustancias psicoactivas es un acontecimiento que no desaparece con la suspensión del uso de la sustancia debido a que esta condiciona el encuentro con la alteridad, distorsionando la vivencia de la cotidianidad y generando cambios en el estado mental y corporal y, por tanto, en el sí mismo (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012). En el caso de los jóvenes, el consumo de sustancias psicoactivas media el contacto con la ipseidad configurando al self narrativo y actuando como mecanismo de afrontamiento de una realidad que suprime la asimilación de relatos alternos que les dificulta la renovación de la experiencia (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012).

Oviedo-Córdoba y Quintero-Mejía (2014), en “El secuestro: una fractura en la identidad narrativa”, dan cuenta del contexto violento colombiano en el que los conflictos internos del país y la negligencia del Estado perpetúan el sufrimiento de los sujetos (Oviedo-Córdoba & Quintero-Mejía, 2014). Para ello, las autoras usan la perspectiva política de Hannah Arendt sobre la identidad narrativa para realizar un acercamiento a la fragilidad humana en situación de secuestro. Esta teoría da cuenta de sujetos capaces de emitir juicios que constituyen narrativamente una identidad constatada en el espacio político, siendo las narraciones de los secuestrados encarnaciones de la pluralidad porque permiten observar las relaciones de significados de ellos mismos sobre su vida en comunidad y la experiencia de estar privados de la libertad (Oviedo-Córdoba & Quintero-Mejía, 2014). Las narraciones muestran como el olvido estatal y la relación de dependencia generan tortura psicológica y arrebatan la humanidad de los secuestrados colombianos, quebrantando su identidad (Oviedo-Córdoba & Quintero-Mejía, 2014).

El duelo y la perdida de una persona cercana son experiencias de quiebre que ponen en peligro la coherencia narrativa. Para Alvis et al. (2013) los otros significativos son un punto de referencia importante para la construcción de la identidad por lo que la muerte implica una pérdida de una parte del sí mismo que promueve la ruptura de la coherencia temporal, favoreciendo la configuración de una identidad regresiva cuya narración se inclina a representar la perdida. En el contexto de la pandemia por covid-19, el duelo se define como complejo, pues las personas se ven estancadas en alguna de las etapas del duelo, lo cual afecta la regulación emocional, prolonga las sensaciones de malestar y predispone al desarrollo de cuadros clínicos como la depresión, los trastornos de pánico e inclusive los brotes psicóticos (Larrotta-Castillo et al., 2020).

Identidad narrativa y procesos terapéuticos

El sí mismo involucra una construcción narrativa de la identidad en un sistema de relaciones, implicando a las historias personales como centros de significado en los procesos terapéuticos (Romano, 2012).

Desde la teoría de la identidad narrativa, la terapia admite al individuo como el eje de la experiencia terapéutica, quien es concebido en una relación transformadora. Las teorías narrativas evitan reducir a las personas a la nosología médica y a meras convenciones sociales mediante el acercamiento respetuoso que las ubica en el centro de la investigación como expertas en sus vidas (Madrid Valdiviezo, 2015; Rovaletti, 2017).

El contexto terapéutico brinda la oportunidad de cambio y renovación siendo el terapeuta o un facilitador del proceso, dependiendo de su posición como posibilitador de la reconstrucción de la trama, o un representante de los discursos dominantes que obstaculizan el dinamismo y la actualización del relato, cristalizando la experiencia (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012).

La instancia terapéutica es el encuentro de dos historias particulares dirigido a la exploración de la experiencia traumática del paciente mediante la escucha; encuentro en el que está presente el peligro de las interpretaciones que distorsionan el sentido de la narración (Coleclough, 2013). La terapia aborda aquellos aspectos del relato que obstaculizan la renovación de la narrativa personal mediante el encuentro intersubjetivo.

En el ámbito clínico, en la psicológica desde la perspectiva de la identidad narrativa, el terapeuta es un co-constructor de la historia del sujeto consultante que tiene el deber de comprender la diversidad del padecimiento humano como la expresión particular de las personas inmersas en un discurso intersubjetivo (Bedoya Hernández & Marín Cortés, 2010).

La psicología clínica y de la salud mental se posiciona en la perspectiva sistémica compleja para asumir la narrativa conversacional como método de estudio ubicado en el dominio explicativo-comprensivo que permite conceptuar y comprender los sentidos, la organización y las funciones de las narrativas de los individuos, las familias y los diversos sistemas sociales (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012). La narrativa conversacional hace énfasis en una construcción conjunta de una narrativa común mediante el acto de narrar y ser narrados, rescatando relatos marginados e integrándolos (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012). Es decir, se actualizan las narrativas personales y familiares en un ejercicio interpretativo que permea lo subjetivo y lo intersubjetivo.

Dentro de la terapia cognitiva posracionalista se encuentran técnicas como la moviola propuesta por Vittorio Guidano como una manera de hacer más operativa la metodología autobservacional valiéndose de la narrativa, pues el terapeuta le indica al paciente que divida su experiencia en relatos de escenas, asumiendo así una perspectiva subjetiva y otra objetiva, permitiendo que pueda ser espectador tanto en primera como tercera persona, motivando al desarrollo de nuevos puntos de vista y resignificando su experiencia (León Uribe & Tamayo Lopera, 2011).

El sujeto es el resultado de una red compleja de relaciones que toman forma de una narración en constante renovación y reconstrucción (Madrid Valdiviezo, 2015; Rovaletti, 2017). Por ello, se emplean estrategias como el árbol de la vida a manera de herramienta de apoyo psicosocial para grupos vulnerables, porque retoma los principios de la teoría de la identidad narrativa para invitar a los participantes a contar sus historias a través de metáforas representadas en un árbol, promoviendo así la refiguración narrativa y el contacto con la alteridad (Madrid Valdiviezo, 2015).

El análisis narrativo es otra herramienta empleada en el campo de la psicoterapia, siendo especialmente útil para el análisis de la construcción de la identidad que es reconfigurada en un proceso intersubjetivo mediante entrevistas, si bien aún es un reto desarrollar más investigaciones porque la psicología y la psicoterapia no han tenido un crecimiento considerable en comparación con otros enfoques (Capella, 2013).

La narrativa conversacional puede emplearse como método interventivo clínico y social que explora la semiótica de las narrativas vinculadas a los dilemas y las pautas problemáticas para identificar los mecanismos de construcción de alternativas narrativas como posibilitadoras de bienestar (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012). Esta metodología en un contexto de terapia familiar posibilita el surgimiento de relatos alternos que resignifican la narrativa, dinamizando la convivencia familiar, la intersubjetividad y la forma en que las personas se posicionan en el mundo (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012). Esta perspectiva es particular mente efectiva en el caso de los jóvenes y sus familias cuya problemática gira alrededor del consumo de sustancias psicoactivas, pues posibilita conectar las experiencias y resignificar los relatos (Garzón de Laverde & Riveros Reina, 2012).

En el caso del abordaje del proceso de duelo se reconoce el potencial de las narraciones, los rituales y el fortalecimiento de las relaciones vinculares como posibilitadores de experiencias terapéuticas porque promueven la inclinación configurativa identitaria hacia la progresión después de la perdida, cuando surgen emociones como la tristeza compatible con la apertura del sí mismo (Alvis et al., 2013).

El arte posibilita las experiencias terapéuticas porque permite transformar el relato y la expresión de estados subjetivos. Las actividades artísticas promueven la reorganización y reconstrucción de nuevas narrativas sobre el sí mismo y el porvenir porque son espacios para verbalizar las experiencias, siendo ampliamente usadas por los jóvenes para contrarrestar la marginación ocasionada por los discursos sociales preponderantes, posibilitando procesos catárticos que son apoyados en las organizaciones juveniles (Jiménez Flórez & Sánchez Villafañe, 2016).

A modo de síntesis, los procesos terapéuticos desde la teoría de la identidad narrativa apelan a la alteridad y a la ipseidad para movilizar el relato e integrar los elementos discordantes que amenazan la coherencia narrativa. Como ejemplo de herramientas narrativas se encuentra la clínica psicoterapéutica de orden comprensiva y las técnicas como el árbol de la vida, la moviola, el análisis narrativo, la narrativa conversacional, los rituales y el arte.

Identidad narrativa: un acercamiento a los discursos socioculturales

Identidad narrativa como concepto integrador que ayuda a explicar los procesos de la identidad social en los diversos colectivos sociales

La teoría de la identidad narrativa enfatiza en la condición dinámica y activa del pensamiento humano, teniendo ventaja respecto a las explicaciones puramente teóricas, esencialistas y generales en un contexto de crisis de los metarrelatos (Sánchez, 2011).

Las tradiciones toman formas narrativas y construyen una comunidad moral, pues la memoria se convierte en un acontecimiento literario, por tanto, el lenguaje es una vinculación y vía de acceso al legado cultural que hace que coincidan los límites de las tradiciones narrativas y los límites de la identidad (Benítez, 2011). En este sentido, entender las estructuras de las narraciones implica comprender las potencialidades de la concepción histórica porque las relaciones entre los miembros de una comunidad se establecen en la dimensión histórica a través del lenguaje y la conciencia (Benítez, 2011).

Por ello las vivencias históricas de las sociedades y subculturas se cuentan a ellas mismas a través de la narración para comprenderse, como conjunto y como condiciones singulares de sus individuos que comparten su realidad al relatarla (Benítez, 2011). Es decir, la narración articula los elementos sociales e individuales en un todo dinámico constatado en el lenguaje. El lenguaje es un conjunto de códigos con existencia propia anterior a los sujetos, constitutivo de la existencia humana porque posibilita tanto la creación de las historias personales y culturales como el diálogo entre las partes individuales y el conjunto social, siendo determinante de la experiencia de manera temática y estética (Benítez, 2011; Bolívar, 2012; Bracamonte, 2015; Carmona Morales, 2015; López; 2019; Mardikian, 2019).

El análisis bibliográfico desde la narrativa hace que la historia pierda su sentido lineal y científico para concebirse a partir de la dualidad historia-ficción constatada en una trama ubicada en la dimensión tempo-espacial en tensión correlativa materializada en un universo simbólico (Benítez, 2011; Bracamonte, 2015). El lenguaje es el hilo conductor de los diversos discursos sociales.

La teoría de la identidad narrativa tiene un efecto integrador entre los niveles macro, meso y micro de la realidad social. En el nivel micro están las interacciones de corta duración que tienen lugar cara a cara, mientras que en el nivel meso se encuentran las normas de interacción de mediana duración y el macro corresponde a un nivel de difusión de patrones de pensamiento y acción de larga duración (Ramírez, 2020). Ramírez (2020) analiza la militancia desde esta perspectiva, explicándola desde las interacciones que tienen lugar en el plano de la ipseidad mediante la identificación que lleva a la integración y sedimentación de ideales.

En el nivel micro se ubica el sujeto plural que se encuentra con los otros en la dimensión performativa de la ipseidad, donde crea una realidad intersubjetiva en forma de acuerdos que involucran juicios, valores morales y una normativa propiciadores de una trama narrativa y una intencionalidad colectiva (Sánchez, 2011; Ramírez, 2020).

En el nivel meso se encuentran los dispositivos mediadores entre el individuo y la normativa, tal como son las instituciones y los medios de comunicación que transmiten ideales a los individuos, quienes las transforman mediante su interacción (Ramírez, 2020).

En el nivel macrosocial se reflejan las transformaciones socioeconómicas y los elementos culturales sedimentados en segmentos generacionales de la población (Ramírez, 2020). Este efecto generacional es representado en los medios de comunicación masivos, porque las narrativas expuestas ponen en evidencia la segmentación de la población según los medios usados con mayor frecuencia en cada época, mostrando cambios en la vinculación de los individuos (Sola Morales, 2015). Existe una transición de la vida comunitaria y familiar con inclinaciones a satisfacer exigencias sociales propias de la generación de la radio a una vida cada vez más enfocada en el individualismo y la independencia conforme predominan medios como la televisión y el internet. Es en esta última generación en la que resalta más el culto al individuo y el hedonismo posible en una realidad virtual sin inhibiciones (Sola Morales, 2015; Rodríguez Mancera, 2012).

Resumiendo lo planteado, el lenguaje conecta los elementos sociales e individuales en un todo coherente que retoma formas narrativas. Por ello la identidad cultural es comprendida desde la narración que representa la interacción y la historicidad de los conjuntos sociales.

La literatura desde la teoría de la identidad narrativa: una herramienta para el análisis sociohistórico de la identidad de los colectivos sociales

Las obras artísticas interrogan y transforman las creencias sobre los sí mismo y poseen el poder de movilizar cambios respecto a las expectativas y los desenvolvimientos culturales al presentarse como una obra abierta que brinda al lector la oportunidad de ampliar sus horizontes de sentido mediante la imaginación, llenando durante el proceso los espacios de la obra con la interpretación (Benítez, 2011). Por tanto, la imaginación literaria realiza importantes contribuciones a la vida moral y política porque se desempeña como vía hacia la justicia social, a los principios éticos que involucra el bienestar en la vida pública (Tornero, 2010; Benítez, 2011; Muñoz Corcuera, 2019).

La narrativa literaria se caracteriza por una declaración de intenciones de parte del autor, de manera que se plantea la materialización de un mensaje concreto influenciado por su subjetividad.

Las obras narrativas son fundamentales para la cultura porque a través de ellas se refleja y se comprende al hombre como un lector cuya identidad es configurada a partir de la revisión de las creaciones culturales (Tornero, 2010; Carmona Morales, 2015; López, 2019). Las obras narrativas son una mediación entre la identidad cultural y la identidad individual que poseen una relación dialéctica a través del lenguaje.

Los elementos en una obra son la manifestación del autor inserto en un contexto especifico. Un ejemplo de ello son los personajes de las obras porque ellos se desempeñan como un monigote usado por el autor como medio de expresión de su posición particular, dando cuenta de algunas características de su carácter que es también una manifestación de su contexto (Carmona Morales, 2015).

Los personajes, las escenografías, sus relaciones, el estilo de narración del autor y el lector son entes que se corresponden narrativamente, tal como lo afirma Tornero (2010), quien analiza El Tornavoz, novela del escritor mexicano Jesús Gardea caracterizada por ser transgresora de la estructura convencional de los textos porque juega con la multiparidad de voces y tiempos. La identidad narrativa posibilita un análisis fenomenológico-hermenéutico en dicho texto de manera que el lector logra abordar la línea narrativa del texto a la vez que se convierte en coautor gracias al ejercicio de interpretación en el que se vale de los relatos de los personajes (Tornero, 2010).

América Latina, desde la teoría de la identidad narrativa, es un escenario donde cohabitan la ficción y la realidad que resultan inagotables, pues tanto su escritura como su identidad poseen mestizaje, lo cual implica la multiplicidad dinámica de voces puestas en un devenir literario e histórico que, a su vez, posee una apertura hacia nuevos episodios existenciales, un porvenir que amplían las paredes de su mismidad reconocida como única y original, que busca la independencia de las definiciones colonialistas (Bolívar, 2012).

En el contexto latinoamericano es evidente el rol representativo y transformador de las obras narrativas, particularmente la novela y el ensayo. Según Bolívar (2012), Latinoamérica expone en su literatura las relaciones de dependencia con los cánones impuestos por los monopolios occidentales, teniendo esta relación su nacimiento en la colonización europea que usaba la crónica para retratar los acontecimientos desde una imagen triunfalista engrandecida.

El género de la novela fue un medio por el cual se posicionó la vida propia de América en el centro de las narraciones, donde los personajes poseen vida propia y recrean los acontecimientos que entremezcla la realidad y la ficción, representando desde adentro una perspectiva de lo que es América (Bolívar, 2012). Para Bolívar (2012), existe una fusión inseparable entre el ensayo y América porque estos comparten un carácter proyectivo, problemático, inacabado y confrontativo. El ensayo es un formato que permite plasmar las posibilidades y la multiplicidad latinoamericana. Por lo tanto, para abordar la identidad narrativa de América es necesario una revisión de los relatos y la historia que se ha construido sobre sí misma, siendo esta perspectiva útil para definirla más allá de los aspectos que la componen y poder verla como una unidad (Bolívar, 2012).

Bracamonte (2015) ubica entre los eventos históricos latinoamericanos más relevantes a los regímenes dictatoriales establecidos entre la década de los 70 y los 80 del siglo xx, cuando la literatura se cuestionó su rol social e inició una revisión crítica de la historia y los discursos sociales. Durante la reconstrucción histórica, la literatura subvirtió los cánones historiográficos positivistas y románticos para introducir el relativismo en la construcción de conocimiento, en el que lo subjetivo y lo intersubjetivo tienen un papel activo en la transformación y legitimación de tramas socioculturales e históricas (Bracamonte, 2015).

La novela histórica contemporánea en Latinoamérica, como narrativa literaria, es la representación de este nuevo paradigma en el cual se exponen reflexivamente los relatos en diferentes temporalidades a través de un universo simbólico donde cohabitan la diacronía y la sincronía, representando la identidad del continente con toda su complejidad y diversidad (Bracamonte, 2015).

A través de la revisión histórica desde la literatura se reelabora la memoria intentando resolver un trauma del pasado al incluir las perspectivas subjetivas que facilitan la integración de la experiencia individual a la memoria colectiva y social (Bracamonte, 2015). Mediante la teoría de la identidad narrativa se hace posible la exploración de problemas morales, los rompimientos del relato, la percepción del dinamismo humano y la toma de posición crítica ante los preceptos socioculturales e históricos y la forma en como son apropiados por los individuos, de manera que la identidad cultural es reinterpretada y reconstruida (Bracamonte, 2015; López, 2019; Zuluaga Jaramillo, 2020; Staes, 2020).

En definitiva, la literatura es un medio de expresión cultural e individual que posibilita su interacción por lo que, desde la teoría de la identidad narrativa, se convierte en un recurso que propicia tanto la revisión como la transformación cultural. Tal es el caso de Latinoamérica, que consolida su identidad a través de la novela y el ensayo, abriéndose a un universo que admite pluralidad e independencia.

Identidad narrativa: las artes visuales y escénicas como lenguajes alternativos para relatar la vida social

La teoría de la identidad narrativa aborda la realidad subjetiva, relacional y comunitaria desde el lenguaje, haciendo factible un abordaje de los diferentes códigos implementados para la expresión y la construcción identitaria. Este lenguaje toma múltiples formas, incluyendo los formatos visuales y performativos en los que la palabra adquiere nuevos significados. En este orden de ideas, las obras cinematográficas, fotográficas y escénicas son representativas y configurativas de los individuos y su comunidad al permitir su interacción.

Las obras cinematográficas desde la teoría de la identidad narrativa se inscriben como narrativas que reaccionan ante la prefiguración, reinterpretándola para darle una nueva forma, siendo las filmaciones un producto de su contexto cultural (Sánchez, 2011). Además, el cine posee una relación dialéctica interna entre diversos elementos que le otorgan una trama coherente que conversa con el espectador, quien empatiza con los personajes y sus historias, integrando las actitudes culturales expuestas (Sánchez, 2011).

El cine se constituye por tres rasgos principales que lo identifican: la completud o totalidad referida a todas las partes supeditadas a un todo, la plenitud que implica a los episodios con un sentido incompleto que aporta a la unidad y, por último, la identificación de la obra por sus límites en relación con su lógica y el género al cual pertenece (Sánchez, 2011).

Sánchez (2011) cataloga al cine como una obra narrativa, cuya unidad fundamental es la imagen, con sus propios códigos que conforman un lenguaje y expresan una historia contada temática y audiovisualmente. Analizar a los personajes cinematográficos desde la teoría de la identidad narrativa permite observarlos desde su subjetividad y dota de dinamismo al análisis. Es importante abordar a los personajes desde el lenguaje, pues este es el medio privilegiado para acceder a la experiencia de los otros y permite la identificación, otorgando un papel principal a la narración (Sánchez, 2011).

Los personajes del cine se encuentran guiados por el guion, el cual no tiene existencia para el público porque este solo lo experimenta a través de la pantalla haciendo que elementos como el montaje tomen protagonismo en la transmisión del carácter del personaje con sus características físicas, su mentalidad e incluso su imputación moral (Sánchez, 2011). Los personajes poseen un carácter que es expuesto mediante el lenguaje cinematográfico. Es importante abordar a los personajes desde el lenguaje, pues este es el medio privilegiado para acceder a la experiencia de los otros y permite la identificación, otorgando un papel principal a la narración (Sánchez, 2011).

La imagen en las obras cinematográficas se convierte en una forma de transmisión cultural, de actitudes que recubren a los personajes y sus historias como es el caso del cine de Víctor Gaviria que representa la mentalidad antioqueña caracterizada por la vida intensa, las relaciones personales limitadas a un círculo cerrado, el espíritu empresarial, etc. (Sánchez, 2011). Este director colombiano representa en sus personajes una visión sobre las costumbres de la región antioqueña; al poner las tradiciones culturales en un filme permite a las personas identificarse y reflexionar sobre la realidad paisa.

La imagen fotográfica es un lenguaje audiovisual con connotaciones propias y caracterizada por ser de fácil acceso para la mayoría de las personas, principalmente gracias al uso de herramientas digitales (Triquell, 2011). Como sostiene Triquell (2011), las decisiones estéticas y de contenido tomadas respecto a una fotografía son la expresión de la identidad narrativa personal y abren la puerta a la revisión del pasado desde una lectura presente, ampliada en un contexto virtual que introduce la mirada del otro ocasionando que diferentes relatos actualicen y resignifiquen los recuerdos. La fotografía en la red es un espacio para la negociación de la imagen personal y las expectativas sociales. Es decir, la fotografía es un lenguaje con códigos propios que narran al sujeto y lo introducen al diálogo social (Triquell, 2011).

El teatro es una forma de creación artística en la que la imagen posee un rol fundamental en la simbolización e incita a hablar sobre el actor y su identidad. Para Mauro (2014), el oficio teatral tiene una repercusión directa en la identidad del actor, dando lugar a una identidad narrativa denominada el yo actor, entendido como el relato que da sentido a la tarea del actor y unifica los elementos heterogéneos, expresando el quién en la acción actoral en la que se identifica a sí mismo como uno al mismo tiempo que navega en la experiencia caótica en escena. La identidad actoral garantiza la situación de actuación y reduce el peligro de la disolución de la identidad ante la provisionalidad de los personajes mediante una unidad imaginaria que es presentada ante la mirada del otro (Mauro, 2014). El yo actoral expone la identidad narrativa personal con relación a las contingencias presentadas en el performance, siendo la experiencia ordenada narrativamente. Así, tanto el otro como el actor se encuentran en un contexto performativo que funciona gracias a una red de identificaciones que reescriben la realidad de forma intersubjetiva en una situación actoral (Mauro, 2014).

La identidad actoral constituye una razón práctica porque implica el dominio de una red conceptual que le permite al actor comprender su tarea y asumirla frente a otro, siendo la imaginación el plano en donde se ordenan los factores heterogéneos de la obra teatral (Mauro, 2014).

El yo actor es definido también por el lugar que ocupa en la sociedad, pues no es concebido como un ente aislado, sino que se encuentra determinado por la pertenencia a un grupo. El espacio teatral es una producción de elementos culturales que se encuentra en una posición compleja porque los discursos sociales marginan al actor como profesión, además de que su estatus independiente se encuentra en constante disputa (Mardikian, 2019; Mauro, 2014). Mardikian (2019) contempla que en la teatralidad habita un juego de máscaras porque su carácter dinámico y performativo representa una realidad ficticia que es real para sí misma y expuesta como narración que representa las vivencias y los ideales de las comunidades.

La escena teatral independiente posee mayor libertad respecto a las temáticas que desea representar, pero adquiere características fantasmagóricas en el sentido de que es inestable al carecer del respaldo general (Mardikian, 2019). Este carácter fantasmagórico implica, para Mardikian (2019), que este tipo de teatro sea difícil de definir, pues sus relatos son alternativas que escapan a los discursos hegemónicos sociales, siendo con frecuencia críticos, contestatarios a la idiosincrasia. El teatro independiente ocupa un lugar en la alteridad social, un encuentro con lo diferente que permite mirarse a sí misma como otra.

En síntesis, la teoría de la identidad narrativa posibilita observar las obras cinematográficas, fotográficas y escénicas en relación con un todo cultural, pues estas expresan en un lenguaje especifico las características de su contexto. Los filmes poseen una estructura narrativa cuya unidad fundamental es la imagen, la cual expresa la percepción del director en una trama y en el carácter de sus personajes. La fotografía es otra forma de presentar una obra artística visualmente, teniendo una connotación más personal al ser cada decisión estética una representación subjetiva del fotógrafo, quien pone en diálogo su interioridad cuando la expone al público en redes sociales. Por su parte, la identidad narrativa en el caso del actor de teatro toma forma de un yo actor que le da coherencia a su percepción y su performance en relación con el espectador y la mirada social, siendo esta determinante del rol y el lugar que ocupa en el imaginario colectivo. Estos medios artísticos son lenguajes con características propias que permiten la expresión del individuo en relación con un contexto sociocultural especifico.

Identidad narrativa y educación

La identidad narrativa e instituciones educativas: socialización y subjetivación de la identidad comunitaria

Las personas nacen en un mundo interpretado y se adaptan a él gracias a mecanismos de socialización como la educación, que se encarga de imprimir la memoria histórica y los ritmos sociales, configurando el ser (Escolano Benito, 2010). Las instituciones educativas como la escuela y la universidad son entornos sociales donde se introduce al individuo a la sociedad.

Las memorias de la escuela, desde la teoría de la identidad narrativa, involucran factores individuales y representaciones colectivas que constituyen las tramas comunitarias, teniendo en cuenta que estos escenarios proyectan la memoria cultural que se imprime en el habitus a través de las practicas pedagógicas, presentando la interpretación colectiva del pasado que se ve sometida a un proceso de subjetivación (Escolano Benito, 2010). La escuela influencia, según Escolano Benito (2010), en la configuración de la identidad narrativa al constituirse como un espacio de socialización y un punto de referencia al momento de relatar las memorias personales.

El edificio escolar perdura en los recuerdos personales e históricos, pues su estructura es un escenario que transmite una semántica cultural definida al constituirse como símbolo comunitario que grafica en sus muros representaciones del momento sociohistórico de referencia, al mismo tiempo que registra el paso de los actores que habitaron el espacio (Escolano Benito, 2010).

La arquitectura de la escuela, las estrategias de comunicación y las prácticas educativas separan al individuo de los ritmos domésticos y lo ingresan al tiempo social, inculcando un ritmo metódico a través de dos microtiempos: el de la organización de la escuela y el de la agenda del curso (Escolano Benito, 2010). Ello implica la asimilación de costumbres que permanecen incluso por fuera de la conciencia bajo el sometimiento de herramientas de socialización que le son comunes a un grupo heredero de un momento sociohistórico concreto y pertenecientes a una generación (Escolano Benito, 2010).

Las imágenes de los rituales socializadores se representan en la identidad narrativa individual, se convierten en mecanismos otorgados por la cultura y poseen un poder homogeneizador aun en la posmodernidad (Escolano Benito, 2010; Ascárate Coronel, 2017). Las escuelas permiten la coherencia del discurso social que permanece dinámica gracias a una relación dialéctica de naturaleza narrativa con los individuos.

La universidad es un espacio educativo que configura la identidad al introducir al individuo a la cultura en un espacio delimitado jurídica y administrativamente, propicio para el diálogo narrativo entre la influencia estatal, la autonomía universitaria y el acontecer humano (Castillejos Solís, 2020). La coherencia interna de la universidad pública y las políticas del Estado dan paso al cuestionamiento de la autonomía de la universidad y su rol en la sociedad.

La trama narrativa se transforma, dice Castillejos Solís (2020), cuando las personas ingresan al contexto universitario y se identifican con su cultura interna y propuesta política de sociedad, adquiriendo una identidad universitaria y una responsabilidad sostenida sobre una promesa. Las universidades públicas transmiten una ética mediante el curriculum y las competencias impartidas, siendo estas una representación de su autonomía respecto a las intenciones del Estado que responde al compromiso latinoamericano de cohesión e identidad social (Castillejos Solís, 2020).

Los estudiantes universitarios se relacionan con los ideales universitarios mediante la vocación profesional, definida como el interés de una persona por dedicarse a determinada forma de vida o trabajo, siendo una cualidad simbólica e identitaria relacionada con el proyecto de vida personal -que, al entrar en contacto con la institución, empieza a sostener un diálogo con sentido político moral universitario- y los procesos de socialización que inciden en la autopercepción y la proyección a futuro con relación a la escena laboral, social, cultural y política (Castillejos Solís, 2020).

Según expone Castillejos Solís (2020), la articulación del escenario universitario y el yo universitario mediante la identidad narrativa aborda las valoraciones éticas y morales de los sujetos y los colectivos que configuran los discursos sociohistóricos y definen el acontecer político de las instituciones, pues la universidad legitimiza un discurso y el yo universitario se posiciona reflexivamente, pudiendo reconfigurar las narrativas colectivas. Al entrar en contacto el universitario con los ideales institucionales se hace consciente y partícipe de su realidad social, pudiendo tomar una posición activa y reflexiva al integrarlo a su proyecto de vida.

Recapitulando, los escenarios educativos son espacios para la socialización y la introducción cultural porque el encuentro intersubjetivo en los escenarios educativos transforma a sus participantes y resignifica los sistemas de origen, comúnmente modelos arbitrarios definidos por propuestas hegemónicas de momentos históricos específicos (Ramírez Pavelic & Contreras Salinas, 2016).

Tradicionalmente, la educación es vista a través de una melancolía pedagógica que busca acercar a los individuos a discursos atemporales, universales, anónimos y abstractos transmitidos de manera impersonal; de esta forma el acto educativo no tiene alteridad, no admite la otredad y niega la posibilidad de renovación (Escolano Benito, 2010; Ramírez Pavelic & Contreras Salinas, 2016).

Para contrarrestar los efectos alienantes de la educación se encuentra la narrativa como una herramienta de conocimiento, pues aumenta la capacidad investigadora del estudiante al facilitar la tarea de integrar y referenciar información que es vista en contexto (Sevilla Vallejo, 2019). La importancia de la narrativa en el ámbito universitario es evidenciada en un estudio realizado por Sevilla Vallejo (2019) donde se aplicó la escala educación e identidad narrativa a estudiantes de España, Corea del Sur y Ecuador con el objetivo de medir su percepción respecto a la narrativa, cuyos resultados demostraron, entre otras cosas, que los estudiantes veían en la narración un apoyo para la adquisición de conocimientos y para el desarrollo de su propia individualidad.

Instituciones educativas como la escuela y la universidad contribuyen a la coherencia social, al establecer un carácter comunitario a través de vías simbólicas como la pedagogía, la arquitectura y los discursos sociales, introduciendo al individuo a un todo cultural (Escolano Benito, 2010; Ortiz Granja, 2018; Sevilla Vallejo, 2019). A su vez, estos espacios posibilitan el diálogo y la negociación de los discursos sociales al ser subjetivados por los individuos que ven en la narrativa una herramienta de conocimiento y construcción identitaria. La teoría de la identidad narrativa les otorga a los espacios educativos un carácter intersubjetivo y dinámico, reconociendo tanto los factores sociales como los individuales.

En pocas palabras, la educación impartida desde las instituciones contribuye a la coherencia social en una cultura determinada que tiene influencia en la identidad individual. Al mismo tiempo, los individuos se valen de herramientas otorgadas por la cultura y la narrativa para relatar, interpretar y transformar su sociedad.

La identidad narrativa como fundamento del acto pedagógico

Desde la teoría de la identidad narrativa, la educación se convierte en uno de los factores configuradores de la identidad personal, al propiciar la capacidad de relatarse a sí mismo, al mundo y a sus interrelaciones. Además, la teoría es integradora y transformadora de la realidad individual y comunitaria.

Las habilidades narrativas toman cada vez más relevancia en una sociedad posmoderna en crisis, orientada al consumismo, que promueve expectativas a corto plazo y estilos fragmentarios de vida (Sevilla Vallejo, 2019; Ascárate Coronel, 2017). Para Sevilla Vallejo (2019), en este contexto social se reduce la capacidad discursiva, haciendo de las herramientas narrativas una necesidad en el aula de clase, pues son las narraciones las que otorgan un sentido a la experiencia y facilitan el surgimiento de la creatividad.

La pedagogía permeada por la narrativa es un acto educativo con la intención de acompañar al otro, el cual cohabita un espacio y existe más allá de las etiquetas sociales; así se facilita un encuentro intersubjetivo transformador y multidireccional de identidades con estructuras narrativas constatadas en el actuar, construidas en la alteridad (Ramírez Pavelic & Contreras Salinas, 2016; Gasca Fernández et al., 2017).

En este sentido, la educación es más que el acto de enseñar porque contribuye a la constitución de la identidad individual y social en un entorno de construcción de conocimiento.

Velasco (2017) abre un diálogo entre la pedagogía de Freire y la teoría de la identidad narrativa de Paul Ricoeur, donde el punto de encuentro es la narración como proceso fundamental del desarrollo personal de cada ser humano. Paulo Freire concebía la alfabetización como un proceso dialógico y liberador contextualizado socioculturalmente y direccionado a contar la propia historia, más allá del proceso de lectura y escritura (Velasco, 2017).

La escucha, según Velasco (2017), es uno de los elementos fundamentales del proceso de alfabetización, la cual consistía en instalarse en la comunidad y dejarse permear por ella con el fin de crear un entorno para la aparición de un universo vocabular que exprese la historia personal de los individuos y sus situaciones existenciales. Las cortas palabras generan nuevos horizontes a partir de la narración cuando son significadas por la historia personal que permite tomar conciencia reflexiva de la cultura y realizar una reconstrucción critica del mundo humano (Velasco, 2017).

Por ello, el modelo educativo comunicacional dialógico se centra en los interlocutores, acompañando el acto de concientización, conocimiento y creación, validando el saber popular en relación con las practicas sociales en determinada realidad local y reconociendo que la identidad personal autónoma se construye desde un entorno comunitario (Velasco, 2017; Moreno Díaz & Soto González, 2017).

Desde la teoría de la identidad narrativa, la alfabetización es un proceso de diálogo que reafirma la propia identidad, la manifiesta y la materializa introduciéndola en el todo sociocultural y político. Es decir, media entre el individuo y su entorno, ubicándolos a ambos como entes interrelaciónales, mutuamente influidos gracias a la confluencia de narrativas. La alfabetización enfocada desde la teoría de la identidad narrativa transforma los discursos normalizadores cuando introduce lo diferente y a la persona como protagonista, tomando especial relevancia en Latinoamérica, ya que facilita el reconocimiento de su pluralidad desde el discurso propio y distanciado de las definiciones colonialistas y el poder hegemónico, pues permite la autocomprensión y la narración de la propia identidad del continente y sus regiones al darle peso a la historia vivida tanto en los textos como en la cotidianidad (Velasco, 2017; Moreno Díaz & Soto González, 2017).

La pedagogía es una herramienta de resistencia para los sectores de la población marginados, que tradicionalmente no poseen una participación en los discursos sociales, tales como el colectivo LGTB, los jóvenes privados de la libertad y las mujeres pertenecientes a la tercera edad. (Velasco, 2017; Ramírez Pavelic & Contreras Salinas, 2016; Moreno Díaz & Soto González, 2017; Cortés Torres, 2018). La narración favorece a la resiliencia entendida como una habilitad universal con bases temperamentales afectadas por factores ambientales, y vinculada con la capacidad de asumir realidades contingentes y unificarlas en el relato gracias a las competencias narrativas (Velasco, 2017).

La pedagogía narrativa es transformadora, pues reformula los discursos normalizadores cuando reconoce la otredad, la diferencia, haciendo del espacio educativo un entorno dialógico configurador de relatos (Ramírez Pavelic & Contreras Salinas, 2016). Por ello, Ramírez Pavelic y Contreras Salinas (2016) exponen a los espacios educativos como escenarios donde se disputa el yo y con ello la identidad sexual, principalmente en el caso del colectivo LGTB, el cual expresa que las represiones ejercidas por las instituciones condicionan el desarrollo del sí mismo, haciéndolos vulnerables ante la violencia y la posibilidad del suicidio. Estos entornos legitiman determinadas expresiones de la identidad que afectan directamente el desarrollo personal y pueden ser un factor de riesgo o protección con relación a diferentes problemáticas que comprometen el bienestar.

Moreno Díaz y Soto González (2017) postulan la educación popular de Freire con el fin de abordar la problemática de las mujeres mayores que no han tenido acceso a la educación formal para aproximarse a la educación desde la narrativa como un proceso transversal vitalicio. Desde esta perspectiva se piensa a la persona mayor como un sujeto político y protagonista de un proyecto sociohistórico y se tiene en cuenta que, en particular, a la mujer mayor se le vulnera su derecho a la educación debido a los roles sociales que la definen como un ser hogareño y sumiso, estando doblemente afectada por el lugar otorgado en la sociedad a las personas mayores como individuos marginados con un rol pasivo en el espacio público (Moreno Díaz & Soto González, 2017). La práctica de la alfabetización facilita el relato de la experiencia de las mujeres mayores porque otorga herramientas para la concientización de la relación entre la identidad personal y los discursos sociales, permitiendo asumir una posición reflexiva para transformar su ser en el mundo (Moreno Díaz & Soto González).

En el caso de los jóvenes privados de la libertad, la narración autobiográfica contribuye a poner el propio relato en el centro del discurso. Cortés Torres (2018) expone los efectos de la narración autobiográfica en un grupo de jóvenes privados de la libertad inscritos en el Sistema de Responsabilidad Penal en Colombia. El autor hace énfasis en la narración como eje en la construcción activa de conocimiento para trascender de la enseñanza de la lengua usualmente implementada para la escritura de preceptos morales que los ubican en un rol pasivo (Cortés Torres, 2018).

Los adolescentes privados de la libertad hacen uso de la narración autobiográfica para representar su cotidianidad y los sentidos que la rodean, exponiendo una reconfiguración cultural, haciendo posible la integración de su subjetividad en las narraciones respecto a los actos cometidos, relativizando los hechos y permitiendo comprender la intencionalidad de la acción que abre la puerta a la integración social gracias a la transformación fruto del encuentro de los relatos (Cortés Torres, 2018). El acto narrativo, según Sevilla Vallejo (2019), da lugar en este entorno pedagógico a la otredad y a la subjetividad para superar las etiquetas que cristalizan su posición en lo personal y lo social, porque es la narración la posibilitadora de la verdadera reflexión, la integración de fragmentos de la experiencia y el diálogo transformador.

La narración autobiográfica es compatible con los espacios de educación formal, con las herramientas tecnológicas y el proceso de desarrollo, haciendo que sea aplicable a los adolescentes en el contexto escolar en un entorno virtual. Gasca Fernández et al. (2017) utilizan la narración autobiográfica mediada por herramientas digitales en adolescentes y jóvenes para abordar sus narraciones individuales, en relación con el fondo cultural en un contexto escolar, descubriendo sus posiciones personales respecto al espacio educativo. La narrativa es un medio para la construcción identitaria, clave en estas etapas del desarrollo, pues permite que los jóvenes sean los protagonistas de su proceso formativo (Gasca Fernández et al., 2017).

En síntesis, la narrativa es el recurso utilizado para la lectura de la propia identidad y la realidad social, y la alfabetización es una herramienta que posibilita la negociación y el diálogo de los sujetos y su entorno. La alfabetización, desde la teoría de la identidad narrativa, es una forma de promover la autoconciencia cultural y de integrar los discursos tradicionalmente marginados para la transformación social.

Conclusiones y discusión

La teoría de la identidad narrativa representa un cambio paradigmático respecto a las teorías modernas que resaltan al yo como el centro de la experiencia humana, reduciendo la identidad al uso de la razón y la interacción entre variables internas. Este cambio parte del abordaje ontológico del ser humano, al considerar la identidad como una síntesis temporal de la experiencia en un todo comprensible dinámico que se construye en su encuentro con el mundo.

Lo anterior se refleja en la psicología, permeando la investigación que indaga por la subjetividad, por la comprensión de la identidad ahora vista desde la noción del sí mismo en la conceptualización de la psicopatología y la psicoterapia.

Los métodos investigativos sustentados a través de la teoría de la identidad narrativa suelen ser cualitativos y ubicados en el paradigma constructivista y construccionista social; su fortaleza recae en la capacidad de analizar al individuo en relación con su experiencia, sus proyecciones, características, relaciones y su entorno inmediato. Posee la cualidad de recuperar la emotividad, al considerar a la subjetividad desde la complejidad y ver al individuo como un ser dinámico partícipe de una compleja red de variables en constante relación. Sin embargo, esta perspectiva no ha sido tan desarrollada como otros enfoques.

La psicología desde la teoría de la identidad narrativa aborda la pregunta por el quién, por un sujeto que organiza su experiencia mediante una narración en la que lo otro hace parte de la constitución de la identidad. La implementación de conceptos como la ipseidad y el sí mismo ha servido para trascender de los paradigmas sustancialistas e integrar lo variable y el encuentro con el mundo en un todo coherente y dinámico. Es decir, toman un camino holístico y no reduccionista, que se extiende más allá de las definiciones apoyadas meramente en la razón, la memoria y la asociación de elementos biológicos. Además, se recupera la corporalidad como un punto de encuentro de la biología, la subjetividad y la sociedad.

La constante amenaza de las contingencias a la coherencia del sí mismo propicia la aparición de la psicopatología. Esta es entendida como la ruptura en la dialéctica entre la mismidad y la ipseidad que afecta la renovación de la trama narrativa tornando traumático al sí mismo y a la experiencia. Cabe mencionar que este abordaje es útil más allá de la comprensión de la psicopatología, pues es pertinente también en momentos de crisis.

Las experiencias terapéuticas tienen lugar en diversos escenarios que promueven el encuentro con la ipseidad y la flexibilidad del relato, posibilitando el surgimiento y la integración de relatos alternos en los que el individuo o el grupo se vean reflejados activamente. Las experiencias terapéuticas se dan en el ámbito de la psicología clínica, la intervención psicosocial e incluso desde el arte y las relaciones comunitarias.

La teoría de la identidad narrativa y la noción de sí mismo son clave para la psicoterapia de corte cognitivo posracionalista, que considera que la clínica está orientada a la reorganización de un relato para la admisión de discordancias vividas como experiencias extrañas ocasionadas por desbalances afectivos e interpretativos frente a circunstancias que ponen en duda la coherencia del relato (Bahamondes & Modernell, 2020).

El ámbito cultural, por su parte, retoma la teoría de la identidad narrativa como mediadora de los diferentes niveles sociales porque establece un diálogo entre los individuos, los mecanismos sociales y los discursos culturales. Es decir, tiene la posibilidad de contemplar la totalidad de los elementos que intervienen en la cultura poniéndolos en un diálogo de carácter horizontal. Además, permite una aproximación histórica no lineal para comprender los eventos sociales, entendiendo la memoria como un acontecimiento literario en constante relectura. También se retoman los productos culturales como mediación lingüística de la relación interdependiente entre el individuo y la cultura.

Desde la perspectiva de la teoría de la identidad narrativa las obras artísticas son el reflejo de la interiorización de los elementos culturales en la subjetividad personal. Mediante estas obras, las personas exponen su visión de la cultura, ofreciendo nuevas significaciones y promoviendo el dinamismo personal y social. En consecuencia, las manifestaciones artísticas son obras abiertas que conversan con el espectador. Esta teoría se destaca por ser holista e integrativa al rescatar la naturaleza dinámica y relacional de los fenómenos sociales y la identidad. Debido a su versatilidad, la identidad narrativa introduce, en el diálogo entre el individuo y su sociedad, elementos tan diversos como las obras literarias, cinematográficas, fotográficas e incluso las propias de las artes escénicas.

El arte es un reflejo del devenir sociohistórico porque le permite a la cultura observarse y representarse, de manera que las obras son parte de la identidad colectiva debido a que admiten la diversidad de interpretaciones de una realidad multipolar y compleja. Por lo tanto, el análisis de los productos artísticos es una alternativa útil para estudiar la cultura y sus interacciones acogedoras de una pluralidad de voces, con lo que se valida la subjetividad como parte de los procesos sociales.

Adicionalmente, las obras artísticas poseen una estructura interna narrativa desarrollada gracias a la interacción de los personajes con la trama contada a través del lenguaje particular de cada expresión. Es mediante esta trama, la interacción de los personajes y las decisiones estéticas que se expone y se entreteje la identidad cultural en expresiones como las de la literatura, el cine, la fotografía y el teatro.

Los aportes de la teoría de la identidad narrativa al campo de la educación dan cuenta de los espacios educativos como lugares para la negociación entre los sujetos y la cultura, estableciendo una relación dialógica de carácter narrativa. Además, la teoría sus- tenta la pedagogía que le otorga relevancia a los discursos personales construidos en un contexto comunitario, promoviendo la integración de discursos alternos. La enseñanza desde la teoría de la identidad narrativa es una herramienta de construcción y expresión de la subjetividad, que sobrepasa el aprendizaje de la lengua para centrarse en la historia personal. Por lo tanto, desde esta perspectiva la educación posee un potencial transformador que propicia la liberación de las narrativas individuales de aquellos relatos subyugantes presentes en la cultura.

Esta revisión presenta un panorama de aquellos aportes rastreables en los recursos especificados en el apartado de metodología. No se pretende abordar a profundidad perspectivas tales como el constructivismo, el construccionismo social o el paradigma posmoderno. Por lo tanto, algunos aspectos epistemológicos y paradigmáticos podrían ser ampliados desde la perspectiva filosófica mediante la revisión de diferentes fuentes de investigación para alcanzar un desarrollo amplio.

En tanto a la psicología, si bien se identifican aportes de la teoría de la identidad narrativa respecto a la comprensión de la identidad personal, la investigación, la psicopatología y la psicoterapia, sería necesario incluir en la agenda investigaciones que rastreen más a profundidad cómo es integrada la identidad narrativa en la psicología de corriente posracionalista para expandir la compresión de su contribución epistemológica y metodológica. Además, es recomendable re tomar la visión de autores como Giampiero Arciero, quien estuvo ausente en la presente investigación.

Como se ha expuesto en esta investigación, la perspectiva de análisis de textos desde la identidad narrativa induce a la interpretación y construcción de significados, por lo que los estudios de obras artísticas desde la perspectiva de la identidad narrativa serían un tema cuanto menos interesante, ya que podrían elevar la comprensión acerca de la forma en que obra, lector y contexto están relacionados, principalmente hablando desde la posmodernidad.

En cuanto al panorama educativo, conviene resaltar cómo a luz de la teoría de la identidad narrativa las prácticas pedagógicas trascienden el mero aprendizaje de la lengua y adquieren un componente político en tanto medio de interacción del individuo con el espacio público. Por ello, existe la necesidad de traer a la conciencia preguntas respecto a cómo influye la interpretación histórica en la modificación del contexto y en las técnicas idóneas para su exploración y aplicación en ámbitos pedagógicos. Finalmente, sería interesante ampliar la conversación con otras perspectivas pedagógicas.

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